Hoy, en el
año 2012, estos paisajes quedan de forma testimonial en lugares muy preciados
del sureste andaluz, en concreto la Alpujarra, sostenidos por un puñado de
anónimos comprometidos con su tierra y sus valores. En cambio, existe un lugar
donde aún se conserva esta gestión tradicional del territorio: las montañas del
Rif. De una forma u otra, y con diversos cambios propios de la época en la que
vivimos, los ecosistemas de la zona presentan pinceladas de una gestión
multifuncional de los ecosistemas, diversificando la producción agrícola,
ganadera y forestal. Ésta última se realiza principalmente en la obtención de
corcho a partir de alcornocales, cuya presencia en el Rif es un claro ejemplo
de reducto biogeográfico al ganar terreno tras la última glaciación.
Según atravesamos las montañas del Rif y nos fundimos con la
sinuosidad de las curvas de su camino percibimos que aquello está más “verde”
que los campos españoles. Bien es cierto que la altitud tiene algo que ver en
este aspecto, pero reflexionando, haciendo memoria y viendo que es un continuo
y no sólo un gradiente altitudinal, empezamos a encontrar la respuesta en la
gestión del agua. Es una sospecha, pero puede ser el resultado de un
conocimiento latente de lucha contra la desertificación y a la vez el resultado
de no sobreexplotar los acuíferos disponibles de la zona (o al menos no al
mismo nivel que en Europa), quizás también por falta de lo que en Occidente
llamamos desarrollo. El resultado es el que vemos, campos vivos.
Y es que manejar un socioecosistema
mediante sistemas de acequias, neveros, cultivos en bancales, fomentando un
paisaje multifuncional donde los sistemas forestales se funden por momentos con
sistemas agrícolas extensivos y minifundistas, hace que sea una opción
sostenible de gestionar el agua en un lugar donde escasea. Ocurre que la
infiltración de agua a través de acequias da lugar a la formación de bosques
seminaturales de galería. Este sistema favorece la infiltración y recarga de
los acuíferos, aumentando la protección del suelo frente a la erosión en altas
cumbres y laderas. Por otra parte permite un aumento de la evapotranspiración,
lo que crea un ambiente más fresco y húmedo con un aumento de las
precipitaciones y por tanto del agua disponible. En conclusión, se genera una
retroalimentación del sistema hídrico y bioclimático. Se trata de la forma de
gestión más importante en la lucha contra la desertificación que se ha dado en
la zona mediterránea en toda la historia.
Y por si fuera poco, el sistema agrícola musulmán, basado en
la horticultura, arboricultura y jardinería es muy productivo tanto en
servicios de abastecimiento como culturales (sobre todo estéticos).
En conclusión, Marruecos merece
otra mirada. Un prisma adecuado y un acercamiento totalmente permeable te harán
llegar al fondo de sus tierras y sus gentes.
Tierra donde se respira historia viva, donde los moriscos son
mucho más que simples representantes de una fecha y un número donde más que
desplazados históricos se sienten hermanos, hijos de una misma tierra, representantes
de una fusión de culturas. Todo esto se respira en las calles de sus pueblos y
se palpa en la toponimia de sus montes, calles y tradiciones. Al fin y al cabo,
el norte marroquí es fusión de culturas y de gentes (pueblos nómadas, bereberes,
moriscos, musulmanes, judíos, cristianos…).