El pronunciar la palabra “Fukushima” aún puede producir
escalofríos en parte de la población. No tanto por lo que fue, sino por lo que
podría haber sido.
Todo comenzó cuando el pasado 11 de marzo de 2011, un
terremoto de 8.9 grados en la escala de Richter azotó al país nipón. Un
terremoto de por sí puede producir situaciones críticas. Sin embargo, si se
produce en una zona costera, es sólo el principio de una gran catástrofe puesto
que hay que hacer frente al tsumani que vendrá detrás, destrozando aquello que
ha sobrevivido al temblor de tierra. Y así ocurrió. Sin embargo, toda mala situación
puede ser aún más crítica: la central nuclear de Fukushima Dai-ichi había sido
dañada.
De esta forma, el país del sol naciente, una de las grandes
potencias mundiales se encontraba indefenso ante una situación de pánico
mundial. Y es que el planeta entero se detuvo para seguir atentamente lo que se
vaticinaba que sería una gran catástrofe, recordando recelosamente el accidente
de Chernóbil, ocurrido 25 años antes. Las autoridades niponas hicieron un
llamamiento para tranquilizar a la población. Sin embargo, las voces de alerta
no dejaban de sonar. Mientras grupos de ecologistas aprovecharon la situación
para alzar la voz con un “No a la energía nuclear”, en las portadas de los
periódicos se anunció con cierto toque sensacionalista lo que pareció que sería
el fin del mundo “con un año de adelanto”.
Según se fueron sucediendo los días, se emitían comunicados oficiales
en los que describía el estado de cada uno de los reactores así como las
medidas que se estaban llevando a cabo para controlar la situación. Si el
lector tiene acceso a esos documentos, podrá apreciar que todo estuvo más o
menos controlado de principio a fin. Sin embargo, un recurso utilizado con más
frecuencia de la debida es la omisión o incluso manipulación de la información
en beneficio propio. Y es que como apuntó la propia Agencia japonesa de
Seguridad Nuclear (NISA), los datos aportados durante los días posteriores al
11 de marzo, no fueron del todo correctos.
Como afirman Tomoyuki Taira y Yukio Hatoyama, parlamentarios
japoneses, en al artículo “Nuclear
energy: Nationalize the Fukushima Daiichi atomic plant” de la revista Nature, la empresa Tepco, propietaria de
la central y quien aportaba los datos sobre la situación de la central tras el
accidente, censuró parte de la información al Parlamento que no fue revelada
hasta medio año después de que ocurriera el accidente. ¿Deberían por tanto
nacionalizarse las centrales nucleares para tener acceso a una información
real?
Lo que sí que se sabe a ciencia cierta es que la rápida
evacuación de la población colindante a la central tras el terremoto evitó la
pérdida de numerosas vidas y de serios daños en la salud de miles de personas. Al
menos, nos quedamos con este dato.
Hoy, 11 de marzo de 2012, la situación en la zona aún no se ha
estabilizado. El pasado 20 de febrero, las autoridades permitieron por primera
vez la entrada controlada a los alrededores de lo que fuera la central nuclear
a periodistas con trajes anti-radiación. Destacar que la duración de esta
visita fue limitada porque aún la radiación en la zona es muy elevada. De
hecho, pasar 24 horas en los aledaños supone recibir la radicación permitida
para un ser humano para un año. Pasarán, por tanto, muchos años hasta que se
pueda pasear con normalidad por los aledaños sin ningún riesgo.
Radiación actual en Futabamachi Fukushima a 1 cm sobre el suelo: 518.2 μSv/h (Fuente, HCR)
En Asociación Socioeconciencia y a raíz de todo esto, nos
planteamos una serie de preguntas:
- ¿Cuál es el estado del ecosistema marino que se encuentra en las proximidades de la zona de vertido de aguas radiactivas?
- ¿Qué suerte correrán todas aquellas personas que estuvieron trabajando y trabajan en la central tras el tsunami?
- ¿Por qué el dinero destinado a la energía nuclear no se invierte en renovables?
- ¿Por qué no se cierran las centrales nucleares españolas a las que se lleva años y años dando prórrogas?
Como siempre, el debate de la energía nuclear está sobre la
mesa.
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