Apenas acabamos de aterrizar en Tánger y mis sentidos ya
empiezan a funcionar. No sé muy bien qué es lo que es, pero algo denota mi
presencia en un lugar fuera de España. Palmeras. Campos verdes. ¿Cómo puede ser
que el campo español esté seco mientras que el marroquí tiene grandes brochazos
de distintas tonalidades de color verde? Nunca lo hubiera esperado, es mi
primera sorpresa aquí. Viajamos rumbo a Chefchaouen (“ciudad de las cumbres”)
para poder acceder al Parque Nacional de Talassemtane y pese al cansancio
propio del viaje, no puedo parar de mirar por la ventanilla del autobús el
paisaje que hay a lo largo del trayecto. Intento buscar un adjetivo que lo
defina: ¿“desordenado”, quizá? Es algo a lo que no estoy acostumbrada. Montañas
que bien podrían ser una prolongación de Sierra Morena, pero con menos altitud,
cierran el paisaje. En primer plano, encuentro vacas pastando a escasos metros
de un pueblo. Entre las casas de ese pueblo, hay una finca de olivos. A
continuación, más casas, y de nuevo, vacas. Y basura. Kilos y kilos de basura
sin dueño yacen en el suelo de un paisaje diferente al que no estoy
acostumbrada y que me resulta un tanto confuso. ¿Varias hectáreas de olivos en
medio de un pueblo?
Continúa el viaje, nos adentramos en el Rif. Es increíble la
luz que hay, muy diferente a la que se puede encontrar en España. Esta luz hace
el paisaje especial. Es una luz “limpia”, sin contaminación perceptible y me
permite descubrir sus colores tal y como son, sin un tinte grisaceo.
Por fin llegamos a Chaouen, un pequeño pueblecito con las
fachadas de las casas pintadas de azul añil, costumbre iniciada hace casi un
siglo por los judíos. Merece la pena dar una vuelta por este lugar. Y sobre
todo perderse, caminar sin rumbo definido por sus calles para encontrar los escondites
más bonitos del lugar, siempre regentados por los gatos, dueños de la calle y
del mundo entero. Los lugareños, vestidos con chilabas, caminan por el pueblo,
sin ninguna prisa y parece que, como nosotros, no tienen rumbo fijo. ¿Hacia
dónde caminan? Desde luego, dan un toque más que enigmático al lugar. Es un
lugar perfecto para sentarse y simplemente observar.
Paisaje de Chefchaouen |
Amanece. El sol ilumina lo que será un nuevo día y nuestros
estómagos nos recuerdan que hay que desayunar para coger fuerzas en lo que será
un duro e intenso día de trabajo. Nos quedamos atónitos al ver el desayuno, un
manjar digno de cualquier Rajá: té de hierba buena, pan, mantequilla, queso de
cabra, aceitunas negras y un zumo de naranja. El mejor zumo de naranja que he
tomado hasta la fecha y que será sin duda, difícil de superar. Espumoso, con
cierto toque rojizo y dulce en su punto exacto. Apenas recuerdo un par de
palabras del francés que aprendí en el colegio, pero es el momento de empezar a recordar. Aún con
el zumo de naranja en una mano, busco en el diccionario la que será mi frase
más repetida a partir de ese momento: un
jus d'orange, s'il vous plaît.
Terminado el desayuno, toca ponerse en marcha. Es el primer
día de lo que será nuestra aventura por Marruecos.
Me ha molado :) enhorabuena al escritor!!!
ResponderEliminar¡Muchas gracias!
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