martes, 20 de marzo de 2012

UN ZUMO DE NARANJA, POR FAVOR


Apenas acabamos de aterrizar en Tánger y mis sentidos ya empiezan a funcionar. No sé muy bien qué es lo que es, pero algo denota mi presencia en un lugar fuera de España. Palmeras. Campos verdes. ¿Cómo puede ser que el campo español esté seco mientras que el marroquí tiene grandes brochazos de distintas tonalidades de color verde? Nunca lo hubiera esperado, es mi primera sorpresa aquí. Viajamos rumbo a Chefchaouen (“ciudad de las cumbres”) para poder acceder al Parque Nacional de Talassemtane y pese al cansancio propio del viaje, no puedo parar de mirar por la ventanilla del autobús el paisaje que hay a lo largo del trayecto. Intento buscar un adjetivo que lo defina: ¿“desordenado”, quizá? Es algo a lo que no estoy acostumbrada. Montañas que bien podrían ser una prolongación de Sierra Morena, pero con menos altitud, cierran el paisaje. En primer plano, encuentro vacas pastando a escasos metros de un pueblo. Entre las casas de ese pueblo, hay una finca de olivos. A continuación, más casas, y de nuevo, vacas. Y basura. Kilos y kilos de basura sin dueño yacen en el suelo de un paisaje diferente al que no estoy acostumbrada y que me resulta un tanto confuso. ¿Varias hectáreas de olivos en medio de un pueblo?

Continúa el viaje, nos adentramos en el Rif. Es increíble la luz que hay, muy diferente a la que se puede encontrar en España. Esta luz hace el paisaje especial. Es una luz “limpia”, sin contaminación perceptible y me permite descubrir sus colores tal y como son, sin un tinte grisaceo.

Por fin llegamos a Chaouen, un pequeño pueblecito con las fachadas de las casas pintadas de azul añil, costumbre iniciada hace casi un siglo por los judíos. Merece la pena dar una vuelta por este lugar. Y sobre todo perderse, caminar sin rumbo definido por sus calles para encontrar los escondites más bonitos del lugar, siempre regentados por los gatos, dueños de la calle y del mundo entero. Los lugareños, vestidos con chilabas, caminan por el pueblo, sin ninguna prisa y parece que, como nosotros, no tienen rumbo fijo. ¿Hacia dónde caminan? Desde luego, dan un toque más que enigmático al lugar. Es un lugar perfecto para sentarse y simplemente observar.
Paisaje de Chefchaouen
Amanece. El sol ilumina lo que será un nuevo día y nuestros estómagos nos recuerdan que hay que desayunar para coger fuerzas en lo que será un duro e intenso día de trabajo. Nos quedamos atónitos al ver el desayuno, un manjar digno de cualquier Rajá: té de hierba buena, pan, mantequilla, queso de cabra, aceitunas negras y un zumo de naranja. El mejor zumo de naranja que he tomado hasta la fecha y que será sin duda, difícil de superar. Espumoso, con cierto toque rojizo y dulce en su punto exacto. Apenas recuerdo un par de palabras del francés que aprendí en el colegio, pero  es el momento de empezar a recordar. Aún con el zumo de naranja en una mano, busco en el diccionario la que será mi frase más repetida a partir de ese momento: un jus d'orange, s'il vous plaît.


Terminado el desayuno, toca ponerse en marcha. Es el primer día de lo que será nuestra aventura por Marruecos.

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