lunes, 26 de marzo de 2012

HISTORIA VIVA QUE DEBE SER CONTADA, MARRUECOS MERECE OTRA MIRADA

En torno al año 714 en algunos lugares de la Península ibérica se introdujo el regadío, generando una transformación de los ecosistemas a partir de la gestión del agua. Creando un paisaje heterogéneo y multifuncional mediante acequias y cultivos en ladera aterrazados. Esta gestión genera una gran diversidad de servicios de los ecosistemas, sobre todo de regulación.

Hoy, en el año 2012, estos paisajes quedan de forma testimonial en lugares muy preciados del sureste andaluz, en concreto la Alpujarra, sostenidos por un puñado de anónimos comprometidos con su tierra y sus valores. En cambio, existe un lugar donde aún se conserva esta gestión tradicional del territorio: las montañas del Rif. De una forma u otra, y con diversos cambios propios de la época en la que vivimos, los ecosistemas de la zona presentan pinceladas de una gestión multifuncional de los ecosistemas, diversificando la producción agrícola, ganadera y forestal. Ésta última se realiza principalmente en la obtención de corcho a partir de alcornocales, cuya presencia en el Rif es un claro ejemplo de reducto biogeográfico al ganar terreno tras la última glaciación.

Según atravesamos las montañas del Rif y nos fundimos con la sinuosidad de las curvas de su camino percibimos que aquello está más “verde” que los campos españoles. Bien es cierto que la altitud tiene algo que ver en este aspecto, pero reflexionando, haciendo memoria y viendo que es un continuo y no sólo un gradiente altitudinal, empezamos a encontrar la respuesta en la gestión del agua. Es una sospecha, pero puede ser el resultado de un conocimiento latente de lucha contra la desertificación y a la vez el resultado de no sobreexplotar los acuíferos disponibles de la zona (o al menos no al mismo nivel que en Europa), quizás también por falta de lo que en Occidente llamamos desarrollo. El resultado es el que vemos, campos vivos.

Y es que manejar un socioecosistema mediante sistemas de acequias, neveros, cultivos en bancales, fomentando un paisaje multifuncional donde los sistemas forestales se funden por momentos con sistemas agrícolas extensivos y minifundistas, hace que sea una opción sostenible de gestionar el agua en un lugar donde escasea. Ocurre que la infiltración de agua a través de acequias da lugar a la formación de bosques seminaturales de galería. Este sistema favorece la infiltración y recarga de los acuíferos, aumentando la protección del suelo frente a la erosión en altas cumbres y laderas. Por otra parte permite un aumento de la evapotranspiración, lo que crea un ambiente más fresco y húmedo con un aumento de las precipitaciones y por tanto del agua disponible. En conclusión, se genera una retroalimentación del sistema hídrico y bioclimático. Se trata de la forma de gestión más importante en la lucha contra la desertificación que se ha dado en la zona mediterránea en toda la historia.

Y por si fuera poco, el sistema agrícola musulmán, basado en la horticultura, arboricultura y jardinería es muy productivo tanto en servicios de abastecimiento como culturales (sobre todo estéticos).

En conclusión, Marruecos merece otra mirada. Un prisma adecuado y un acercamiento totalmente permeable te harán llegar al fondo de sus tierras y sus gentes.

Tierra donde se respira historia viva, donde los moriscos son mucho más que simples representantes de una fecha y un número donde más que desplazados históricos se sienten hermanos, hijos de una misma tierra, representantes de una fusión de culturas. Todo esto se respira en las calles de sus pueblos y se palpa en la toponimia de sus montes, calles y tradiciones. Al fin y al cabo, el norte marroquí es fusión de culturas y de gentes (pueblos nómadas, bereberes, moriscos, musulmanes, judíos, cristianos…).

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